“Mi hijo tiene mucho carácter, es
un egoísta y un caprichoso. Cuando las cosas no salen como él quiere se enfada, grita, llora y monta el
numerito hasta que lo consigue. Siempre me dice que no a todo, debo repetirle
las cosas un montón de veces para que lo haga a medias y hasta que no grito y
me enfado con él, no surge efecto. ¡Me tiene harta! ¡No sé a quién habrá
salido!”
Posiblemente, este trozo de texto
recoja los pensamientos del 85% de los padres que luchan cada día CON sus
hijos. Y digo CON, no CONTRA. Pues en el momento en que la educación de un hijo
se convierte en una lucha por la autoridad, deja de tener un fin tan grande y
positivo como el de ayudarles a hacerse personitas sanas y capaces de afrontar
las dificultades de la vida de una manera adecuada.
En muchas ocasiones, cuando la
rutina diaria en casa son las peleas constantes entre la buena voluntad de los
padres por conseguir que sus hijos acepten las responsabilidades VS las ganas
de estos últimos por hacer lo que les apetece, se pierden un montón de aspectos
bonitos y amorosos que se han normalizado y no se tienen en cuenta.
¿Cuántas veces hemos oído a lo
largo de nuestra vida: “Es que es lo que tienes que hacer”? Es cierto, es lo
que “es aconsejable” que hagan para un buen crecimiento, pero a nadie le amarga
un dulce y, si ese dulce no se consigue por sí solo, quizá se debería
replantear la idea de premiar aquellas cosas que se hacen bien igual que se penalizan
las que se hacen mal.
¿Por qué responder sólo hacia un
lado (el negativo) y no hacia el otro (el positivo)? A fin de cuentas, ¿no siguen siendo conductas
que hacen a lo largo del día? Por tanto, deben obtener la atención de los
padres ambos tipos de situaciones.
Para premiar las cosas que se
hacen bien (aunque para los padres sean cosas normales), no es necesario
comprarles un juguete, chuches, una Nintendo DS 3D, etc. Lo que más necesitan
los niños, es la expresión del amor que sienten sus padres hacia ellos. No es
suficiente con pensar cosas como: “Él/ella ya sabe que le quiero”. Quizá un
recordatorio de vez en cuando, es lo justo y necesario para que pongan una
sonrisita durante el resto del día.
Porque, al fin y al cabo, lo único que quieren es que les
mimen. Será tarea de los padres saber cuándo mimar y cuándo enseñarles que en
la vida no es todo como uno quiere.