"Todos los días la gente se arregla el cabello,
¿Por qué no el corazón?"

miércoles, 26 de noviembre de 2014

¿Te muerdes las uñas?

 
Morderse las uñas es un hábito nervioso que está relacionado con estados de ansiedad. En momentos de estrés, la acción de morderse las uñas desvía la atención y se convierte en una distracción fácil y relajante. Con el paso del tiempo, esta acción se automatiza y se lleva a cabo de forma totalmente inconsciente.
Esta práctica suele empezar entre los niños más nerviosos al superar la etapa del chupete o de chuparse el dedo. La edad común para empezar a morderse las uñas es a partir de los tres años, cuando se tiene la suficiente coordinación psicomotriz para hacerlo sin hacerse daño.
Los efectos negativos de morderse las uñas no serían de gran relevancia si se hiciera pocas veces. Pero, al hacerlo de forma repetida, los dientes pueden sufrir daños al chocar de forma continuada los incisivos superiores e inferiores. Por su parte, en las uñas se crean microtraumatismos y, además, se pueden provocar infecciones por bacterias en la uña al estar en contacto con la boca de forma prolongada. El dedo también se puede inflamar debido a los daños que se provocan alrededor de la uña provocando dolor.
A nivel general y por motivos de estética, las preadolescentes empiezan a interesarse por erradicar este hábito.  ¿Cómo se puede lograr?
Son bien conocidos los remedios que consisten en cubrir las uñas con esmaltes, endurecedores o sustancias amargas para provocar el rechazo de la persona a morderse las uñas. Pero, a pesar de ser un método eficaz a corto plazo, el mejor tratamiento es el psicológico.
Cuando los niños son pequeños, la responsabilidad de llamarles la atención cuando están realizando esta actividad, es de los padres. Y, si bien es necesario llamarles la atención para que sean conscientes de que lo están haciendo y cese la actividad, es muy importante que no se le riña de manera excesiva. Con un “te estás mordiendo las uñas” es suficiente. Otra opción es la de pactar con ellos una palabra clave o un signo que les divierta y que tenga este significado, de manera que nadie sabe que se trata de eso pero el niño ha recibido el toque de atención. Algo que les despierte, que les haga ver lo que están haciendo pero sin provocar por ello un acontecimiento negativo. Si se le dicen frases como “no eres capaz de controlarlo”, se le estará culpando por no conseguirlo y echar la culpa no ayuda a tomar el control de una situación.
Cuando se trata de niños mayores, adolescentes o adultos, el tratamiento puede ser algo más completo. Consiste en hacerse conscientes de cuándo realizan esta acción y, además, sustituirla por otras incompatibles.
 
Las personas anotan los momentos concretos en los que se muerden las uñas: viendo la tv, escuchando al profesor en clase, en época de exámenes, etc. De esta forma, podrán saber cuándo es más probable que lo hagan y, por tanto, cuándo deben estar más alerta para no hacerlo. Al principio, como es un proceso inconsciente, pueden pedir ayuda a familiares o amigos para que les indiquen que se están mordiendo las uñas y apuntarlo.
Una vez se han hecho conscientes los momentos en los que suelen hacerlo, deciden qué acción pueden llevar a cabo para no morderse las uñas: coger apuntes si se está en clase, guardarse las manos en los bolsillos, masticar chicle, etc.
Además, si se fomenta el cuidado de las uñas (manicura, pintarse las uñas, etc.), es más probable que la persona encuentre más coste que beneficio al hacerlo. Ya que, si se muerden las uñas, no podrán pintárselas o se estropearán las manos que se acaban de cuidar haciéndose la manicura.
Es importante advertir que las manos no vuelven a su estado “natural” hasta pasados unos ocho meses de haber dejado de hacerlo. Es un esfuerzo a largo plazo en el que es muy importante el refuerzo cuando se logra parar de hacerlo.
Y no nos olvidemos de que, a pesar de ser una actividad automatizada, aumenta en época de estrés. Por tanto, si vemos que la acción de morderse las uñas se incrementa, además de incidir en que dejen de hacerlo, sería más que aconsejable preocuparnos por su estado y, ante todo, empatizar con ellos y proporcionarles seguridad y protección.

 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

¿Por qué me cuesta tanto entender y perdonar a mis padres?

Adentrándome en el mundo interno del apego descubrí a Peter Fonagy, una persona capaz de juntar dos mundos aparentemente tan diferentes como son el psicoanálisis y la neurociencia.
 
Pero si quiero hablaros del apego basándome en Peter Fonagy, es necesario que primero os explique el concepto de mentalización. La mentalización es similar a la metacognición (proceso en el que pensamos sobre cómo pensamos) y la empatía (pensar y sentir como la otra persona) pero con matices diferentes. La empatía consiste en pensar y sentir como la otra persona mientras que la mentalización se basa en saber lo que piensa y siente la otra persona únicamente. Hay dos tipos de mentalización:
 
1.      Implícita: Aprendida por intuición en conversaciones sociales, emociones, etc. Ej. Saber anticipar los movimientos de los demás conductores mientras se circula.
 
2.      Explícita: Típico de la terapia y del trabajo del psicólogo de hacer consciente lo inconsciente poniendo palabras a los sentimientos. Ej: Los conocimientos que aprendo para aprobar el examen de conducir.
 
Cuando mentalizamos se activan varias zonas del cerebro. El área paracingulada, el surco temporal postero-superior y la encrucijada témporo-parietal, la amígdala y los polos temporales.
 
En adultos con una historia de trauma en el apego durante la infancia, a veces falla la capacidad para concebir cómo piensan o sienten las personas. Hay un fracaso en la mentalización. Por ejemplo, puede darse la situación de que un paciente presione al terapeuta para que muestre evidencia de preocupación por él ofreciéndole sesiones de más o permitiéndole llamadas telefónicas entre sesiones como pruebas materiales de compromiso por su limitada capacidad para percibir este interés en las que otras personas no encontrarían ninguna razón para dudar de ello. Y quien dice relación de terapeuta-paciente, dice relación de pareja, relación de amistad, relación laboral…
 
Jonh Bowlby, otro maestro del apego, afirma que el trauma dificulta la exploración y activa los lazos afectivos. Nos sentimos angustiados y queremos que nos abracen. El apego cumple funciones del desarrollo muy importantes más allá de la protección física. Algunas de las más importantes son la regulación del estrés y los afectos, el control de la atención y el desarrollo de la capacidad para mentalizar. Cuando en la infancia encontramos relaciones de apego problemáticas, se debilitan estas funciones incluyendo la mentalización.
 
 
En dos estudios por imágenes, Bartels y Zeki  (2000, 2004) descubrieron que, cuando las áreas cerebrales que median en el apego se activan, las regiones encargadas de los juicios sociales y la mentalización se inhiben. Por tanto, ante un estado de apego emocional muy intenso, la mentalización quedaría desactivada imposibilitando el saber cómo piensan y sienten los demás. Es por esto por lo que es tan difícil comprender los estados mentales de las figuras de apego.
 
Un campo de entrenamiento ideal para desarrollar la mentalización es el apego. Éste es seguro y no es competitivo. El problema se da cuando hay un trauma en este campo de entrenamiento, cuando hay un trauma en el apego. Cuando la persona con una relación de apego desadaptativo se siente mal, pide ayuda a sus figuras de apego pero no la puede recibir porque esas personas son las que le están haciendo daño. En ese momento vive una emoción muy intensa que no puede eliminar porque nadie puede solucionar el problema. A esto se le suma que, a mayor activación, menor capacidad de mentalización creando un círculo vicioso. Si tengo esa emoción tan intensa por no poder solucionar el problema me es imposible mentalizar y, si no consigo mentalizar, no puedo solventar el problema y necesito a mis figuras de apego, quienes no me ayudan y me crean esa emoción tan intensa.
 
Cuando pensamos en todos los problemas que hemos tenido con nuestros padres durante nuestra vida, revivimos las emociones que vivíamos entonces de manera que sufrimos como si volviera a pasar. Percibimos un peligro constante.
 
Por eso es tan importante que los psicólogos y terapeutas ofrezcamos una nueva figura de apego con la que se puedan sentir seguros y protegidos, para aumentar su capacidad de mentalización y así encuentren las herramientas necesarias para solucionar los problemas que les traen a consulta.
 
 
 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sin música, la vida sería un error (F. Nietzsche)

¿Quién no ha sentido tristeza, felicidad, tranquilidad o pura energía escuchando música? Esta semana en ¿Te atreves?  os hablo de los efectos de la música a nivel psicológico y por eso, en esta entrada del blog, os concreto diferentes formas de introducir la musicoterapia o la música a nivel general, en el ámbito hospitalario y psicológico.
 
 
 
La música y/o musicoterapia en el ámbito hospitalario:
1.     Distracción: Si, durante un procedimiento médico, ponemos la atención en otra cosa, se reducirá la sensación de miedo, dolor, angustia o ansiedad. Walworth (2005), observó que, en pediatría, la música reducía los llantos y la angustia típica de los procedimientos médicos hasta el punto de poder prescindir, en muchos casos, del uso de anestesia.
2.     Reorientación en fase postoperatoria: Cepeda, Carr, Lau y Álvarez (2009), observaron que los pacientes que escuchaban música después de dos horas tras una intervención quirúrgica, necesitaban 1mg menos de morfina que los que no escuchaban música. Y, un día después, necesitaban hasta 6mg menos, lo que no significa que se utilice la música como único analgésico.
3.     Reducción de la ansiedad: Cuando escuchamos música, nuestros ritmos cardíaco y respiratorio se sintonizan con el ritmo de lo que estamos escuchando. Por tanto, al reducir las constantes vitales, se puede reducir el estrés.
4.     Mejora del sistema inmunológico: En esta misma línea, el estrés influye negativamente en el sistema inmune. Por lo que, si reducimos el estrés, nuestro sistema inmune se verá beneficiado.
5.     Problemas digestivos: Hallaron que la estimulación con música de Mozart disminuía las secreciones gástricas en personas con úlceras de estómago llegando, en algunos casos, a su completa normalización.
6.     Duelo: El uso de la música puede contribuir al proceso emocional en pacientes en su última etapa de vida.
 
7.     Distrofia muscular y otras dificultades de movilidad: Si se quiere trabajar a nivel físico, se puede ejercitar el tono muscular con la manipulación de instrumentos.
 
8.     Alzheimer: La actividad musical fomenta la comunicación entre los participantes y, a nivel fisiológico, Kumar et al., (1999) descubrió que la musicoterapia incrementaba la melatonina, regulando la activación corporal generando un mayor nivel de calma y de relajación.
9.     Parkinson: Cosgriff (1988) halló que modificando la música lograba avances en distintos movimientos y reducía los temblores típicos de esta enfermedad. La música a utilizar debe ser con una estructura rítmica fuerte.
10. Daño cerebral adquirido: Los usos de la musicoterapia en este contexto pueden ser la estimulación rítmica para la realización de tareas motoras, el canto para la mejora del lenguaje, reducir el aislamiento social y propiciar el uso de habilidades sociales.
 
La música y/o musicoterapia en el ámbito psicológico:
1.     Depresión y Ansiedad: Puede utilizarse la música para expresar sentimientos, fomentar el autoconocimiento o para provocar cambios en el estado de ánimo con canciones que induzcan a la relajación o estados más positivos.
2.     Trastorno de estrés postraumático: Levine (1992) afirmó que el área de Broca, responsable del lenguaje, no está activo en las neuroimágenes de pacientes traumatizados. Por el contrario, Bremner et al., (1992) observó que la amígdala sí está trabajando en el hemisferio derecho. La musicoterapia ha mostrado ser efectiva en casos de soldados que sufrían estrés postraumático así como en casos de mujeres abusadas.
3.     Trastorno límite de la personalidad: La intervención se centra en regular la expresión de las emociones canalizándola de una manera adecuada. Mediante los distintos tipos ritmo de las canciones se puede lograr un mayor autocontrol y estabilidad emocional, aspecto clave en este tipo de trastorno.
4.     Autoestima: Si se acepta todo tipo de creación incondicionalmente, las personas implicadas verán favorecida su autoestima. En este caso, la tarea del musicoterapeuta es hacer consciente cualquier intento de autocrítica a la composición musical de un participante.
5.     Identificación y manejo de emociones: Cuando se trabajan aspectos internos e íntimos desde un plano simbólico como es la música, los clientes tienen la percepción de una menor amenaza y son más colaborativos a la hora de trabajar. Aspectos como la intensidad, el tempo y el seguimiento de un patrón rítmico pueden favorecer la autorregulación.
6.     Habilidades sociales: Comunicarse en el grupo musical supone empezar una conversación, aprender a expresarse frente al grupo, autorregular la intensidad a la hora de tocar un instrumento, coger diferentes roles (protagonista, acompañante…). Desde este plano también se puede trabajar la empatía comprendiendo lo que cada persona siente a través de la música.
 
 
 
 
Si os ha gustado esta entrada no dudéis en haceros con el libro del que he recopilado toda esta información: Introducción a la musicoterapia, de Miriam Lucas Arranz ;)

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Carta a mi miedo al abandono

Esta semana comparto con vosotros una carta muy interesante. Esta carta la ha escrito una persona que tiene miedo al abandono y, desde su perspectiva, podemos empatizar con estas personas desde un punto más personal e íntimo dejando a un lado todas las descripciones negativas que se cuentan sobre aquellos que sufren este miedo tan potente y desolador. La carta dice así:
 
 
Hola, llevaba tiempo sin saber de ti. Parece ser que eso te ha molestado y ha hecho que vuelvas a mí con fuerza. Imagino que abandonarte cuando eres el miedo al abandono, no te ha hecho ninguna gracia.
 
He vuelto a sentirte como un gran nudo en mi pecho que me oprime. Como si no cogieras dentro y estuvieras empujando mi diafragma hacia abajo. Siento que tu miedo a que me olvide de ti consigue que te hagas grande e intenso para llamar mi atención y, cuando lo consigues, eres tan grande que me cuesta pensar en otra cosa.
 
He de decirte que me resulta muy difícil luchar contra ti. Cuando eres tan fuerte pero estás tan feliz de que te haga caso y te cuide, me das un chute de energía tan grande que no quiero olvidarte nunca. Sólo tú me proporcionas ese sentimiento tan gratificante.
 
El problema viene cuando te asustas. Te asustas tanto que me asustas a mí y no puedo ver con claridad cuáles son las distintas posibilidades de solucionar el problema. Me hundo contigo, me atrapas, me haces sentir tanto que anulas cualquier pensamiento racional que pueda tener al respecto.
 
Es entonces cuando la gente empieza a definir mi comportamiento (porque es lo único que ellos pueden ver). Me analizan, me describen y empiezan a escribir en distintos manuales y páginas en Internet que me convierto en una persona pegajosa, asfixiante e incluso manipuladora. Me da tanta rabia que me vean así… Y en cierta parte, sé que puedo convertirme en eso. Por eso te escribo hoy, para decirte que no me gusta que me hagas ser así. No quiero ser así por tu culpa.
 
He estado leyendo, escuchando y aprendiendo. He entendido que tú naciste en mí desde mis experiencias tempranas, cuando mis figuras de apego no consiguieron darme la seguridad que necesitaba. A veces me atendían y a veces no. Y, como dicen por ahí, si me hacen caso siempre, mi necesidad se cubre más rápido que si me dan aquello que necesito gota a gota. Y, en mi caso, solían hacer lo segundo.
 
Otras personas dicen que el problema viene cuando las figuras de protección son las mismas que las que nos hacen daño. Quizá cuando era pequeña y tenía un problema, acudía a pedir ayuda a mis figuras de protección pero, justo en ese momento, eran las que me hacían daño y esto me provocaba una emoción tan intensa que no podía pensar otra posible forma de solucionarlo, conviviendo con esa intensidad negativa durante un largo período de tiempo.
 
Con todas estas explicaciones quiero decirte que ya sé por qué me quieres tanto. Ya sé por qué te gusta vivir en mí. Cuando pienso esto más de una vez y tú estás medianamente tranquilo, me ayudo a mí misma a poder reaccionar cuando estás en esa versión rebelde que tanto me mata. No consigo que dejes de hacerme daño pero dejo de hacer todos esos comportamientos que la gente ve y con los que me describen como parte de un trastorno. ¿Sabes por qué pasa esto? Porque con estos motivos te ayudo a que te entiendas tú también. Te ayudo a saber que naciste por una necesidad que no se cubrió en su momento y que estás en un bucle del que no sabes que puedes salir, pero puedes salir porque esa necesidad en la actualidad es irreal. Ya no dependes de nadie tanto como cuando eras pequeño. Ya no necesitas comprobar que no te van a abandonar porque eres capaz de vivir por tu cuenta. Puedes vivir sin mí.
 
Por tanto, sólo quería que supieras que esta no será mi última carta, no te preocupes. Te escribiré otra vez, pero será para contarte cómo conseguí dejar de vivir contigo. Me has acompañado durante mucho tiempo y me has ayudado a poner en marcha herramientas cuando no tenía otras. Pero ahora, ya de adulta, creo que nuestros caminos se pueden separar. Espero que te vaya muy bien en la vida y recuerdes lo que vivimos juntos, pero también espero que seas feliz sin mí al igual que yo aprenderé a serlo sin ti.
 
 
Un beso,
 
 
La persona que ha puesto voz y actos a tus sentimientos durante tantos años.