Las rabietas
son conductas anormales que expresar una mezcla de rabia y frustración. Aparecen
cuando el niño expresa enfado, debido a su inmadurez, mediante
un gran número de conductas como el llanto, gritos, agresividad física y/o
verbal…
La edad en la que aparecen gira en torno a
los 18 meses y se van desvaneciendo a partir de los 4-5 años poco a poco,
teniendo su punto máximo a los 2 y 3 años.
Las rabietas son algo inevitable en los niños
de 2 o 3 años. Además de poneros a prueba para comprobar la consistencia de la
disciplina que hay en casa, sus capacidades son limitadas y también les resulta difícil hacerse entender
por los adultos.
Pero… ¿Cómo es aconsejable que los padres las
manejen?
Ante las rabietas experimentadas a causa de
la frustración consigo mismos por no conseguir llevar a cabo algo de manera
adecuada, es muy importante que los padres o cuidadores escuchen y apoyen al
niño elogiando sus logros: “Ibas muy bien”, “no pasa nada”, “esto lo arreglamos
juntos”…
En cuanto a
las demás rabietas:
1.
No consentir una rabieta: Es aconsejable llevarlo a otra
habitación (aislarle) y explicarle
que esperamos que recapacite sobre su actitud estando solos con su rabieta (a
los más pequeños, hacerles recapacitar no va a generar muchos resultados). De
esta manera, se le da la oportunidad de tranquilizarse. Si se trata de una
rabieta destructiva, es posible contenerle físicamente mediante una actitud
firme. Con ambas maneras, el niño entenderá que las rabietas suponen
consecuencias negativas.
2.
No razonar con un/a niño/a si está en plena
rabieta: ¿Habéis intentado hacer razonar a un adulto
cuando está en su punto máximo de enfado? Difícil ¿Verdad? Si se le
riñe o castiga físicamente en este momento, existe la posibilidad de aumentar
la intensidad de la pataleta. Además, reaccionar con ira ante la ira del niño, sería como responder
con otra rabieta por nuestra parte.
3.
Cuando ha pasado la rabieta: La importancia de este paso es fundamental. Si
comprenden el por qué de las consecuencias negativas de la rabieta, surgirá más
efecto y descenderá su frustración. Es aconsejable seguir los siguientes pasos:
1. Elogiar el hecho de haberse tranquilizado en la
habitación donde ha permanecido aislado.
2. Decir que entendéis sus sentimientos y poner palabra a sus sentimientos
para que aprendan a expresarlo poco a poco
3. Expresar vuestro sentimiento de enfado por X motivo
4. Explicar que la rabieta no es el modo adecuado para resolverlo y no está permitida
5. Proponer juntos una alternativa
IMPORTANTE: No se le puede quitar a un niño una forma de actuar sino se
le genera otra alternativa. Porque si no… ¿Cómo se expresa?
4.
Servir como modelos para los más pequeños. Si en casa se practica un ambiente de gritos,
enfados y descontrol, los niños lo copiarán. Hay que recordar que los hijos
encuentran en los más mayores una gran fuente de habilidades para afrontar el
día a día.
En algunos
casos, los niños protagonizarán rabietas en lugares públicos ya que
tienen bien sabido que delante de otras personas no se les va a ignorar como en
casa. En este caso, es aconsejable sacarlo del recinto hacia un lugar más
tranquilo para aplicar las técnicas mencionadas anteriormente.
Es
importante tener en cuenta que algunas rabietas son inevitables y se presentan
en la vida de todo niño. Una intervención adecuada proporcionará que el niño
crezca aprendiendo, entre otras cosas, a tranquilizarse y a aumentar su
tolerancia a la frustración.
De todos
modos, debemos estar atentos si las rabietas se hacen muy frecuentes e
incontrolables. En este caso, sería aconsejable buscar ayuda profesional.
Cuando a los niños un poco mayores (7-10 años), se les da por hacer rabietas en público, muchas veces los padres refuerzan esas rabietas, comprándoles lo que piden o haciéndoles todo el caso del mundo. Quizá a veces sea mejor dejarlos solos con su rabieta y retirarse, para quitar los reforzadores.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, Carlos. Y en el lado opuesto, están los padres que no quieren escuchar el enfado de sus hijos aumentando la rabieta y consiguiendo que llegue a su máxima intensidad con un guantazo. El niño no aprende por qué debe callarse pero el padre hace respetar su autoridad con un: "porque yo lo digo".
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