Dadas las
circunstancias económicas, políticas y sociales, los años que llevamos inmersos
en una crisis de la que no salimos y viendo como las personas que pueden
realizar cambios en el país ignoran las propuestas de sus ciudadanos, los
españoles estamos sumidos en un estado de indefensión
aprendida como nunca antes había visto tan generalizado. La indefensión
aprendida consiste en ser pasivo, en no actuar ante una situación desagradable
por la sensación subjetiva de que no se puede hacer nada para cambiarla. ¿Hay
alguna ejemplificación más real que la vivida en España? Subidas de impuestos
que no cesan, políticos que no hacen nada bueno pero se quejan como niños en el
parlamento, leyes para evitar las manifestaciones, recogidas de firmas que se
ignoran, políticos que roban pero están en la calle, violadores que salen de
las cárceles, personas que han sido despedidas, gente en el paro que se queda
sin ayudas…
Estamos en
una época en la que muchas personas optan por el mecanismo de defensa de la evitación. Yo me hago creer que a mí no
me importa esta situación y mi única ilusión es salir de fiesta, beber y jugar
a la consola o al ordenador. Disminuyo mis motivaciones a la total pasividad
del zapping televisivo y paso los días sin pena ni gloria. Más vale ser apático
que deprimirme por la situación que me ha tocado.
Por otra
parte, se encuentran las personas motivadas, con ilusiones y con ganas de hacer
muchas cosas: estudiar, trabajar, montar una empresa, ser contratado,
investigar… Pero para mantener esta motivación durante un largo periodo de
tiempo hace falta ser muy constante y muy valiente. Nos encontramos en una
situación en la que el exterior no premia por el esfuerzo. Estas personas
motivadas lo intentan cada día y no reciben reconocimiento, ni clientes, ni
contratos, ni dinero… Empieza una lucha entre
la empatía por entender la causa de la situación que cada uno está viviendo
VS la frustración por no obtener
resultados a pesar del mejor esfuerzo.
¿Y qué podemos hacer ante esto?
Entenderlo. Entender que es lo que nos ha tocado vivir y tenemos que seguir
viviendo a pesar de las circunstancias. ¿Es una cabronada? Sí. ¿Tenemos la
culpa a nivel individual? No. Por tanto, es normal que nos cabreemos, es normal
que nos entristezcamos y que tengamos algún berrinche, pero anclarnos en esas
emociones no cambiará nada y nos costará todavía más esfuerzo vivir.
Lo que
propongo es una alternativa más valiente que la evitación o la melancolía
enquistada. Propongo que nos aferremos al disfrute de la vida pensando por qué
cosas o qué personas merece la pena vivir la vida. DemostrarNOS todo lo que sabemos hacer con nuestra mágica motivación
hasta en estos tiempos, disfrutar de
cada día con las personas que más queremos, retomar hobbies que dejamos olvidados por una vida llena de
estudios u horarios laborales incompatibles con toda vida humana. Dar a los hijos todo el amor y comprensión
que necesitan, olvidémonos de la idea de que los hijos necesitan cosas
materiales para ser felices, necesitan amor y eso no se compra con dinero. Busca,
busca todo lo que quieras llegar a
conseguir sin excusarte en la dificultad para realizarlo. No hay nada más
gratificante en la vida que quererse a uno mismo y valorarse, y eso se consigue
sin necesidad de que culmine en un final apoteósico. Y por último, sé valiente. Sé valiente y permítete
llorar o patalear cuando sea necesario pero que sea como vía para vaciar el
vaso y poder empezar de nuevo.
Estamos
juntos en esto. Nos entendemos y nos comprendemos.
Pero la
decisión de VIVIR depende de uno
mismo.