Este fin de
semana celebramos el tan conocido día de San Valentín, el día del amor y la
amistad. Podemos ser de las personas que lo celebran, podemos considerar que no
necesitamos un día concreto para demostrar nuestro amor, podemos opinar que es
una fiesta muy bonita o que, por el contrario, su base es puramente comercial.
Pero, ¿qué opinamos de nuestras relaciones de pareja y de amistad? ¿Nos parecen
satisfactorias?
Las relaciones de pareja, a nivel
general, nos suponen una fuente de apego y seguridad. Tenemos a alguien en quien confiar,
que nos ayuda, nos apoya y comparte con nosotros los buenos y los malos
momentos. En cuanto a la amistad, los
amigos son una parte muy importante de la vida de toda persona. Son esas
personas que siempre están (física o simbólicamente) y que, en cierta medida,
suponen para nosotros algo muy parecido a
nuestra pareja en cuanto al apoyo y el acompañamiento.
Pero, ¿qué ocurre cuando nuestra relación de pareja
se basa en múltiples discusiones y enfados? ¿Y si esa relación de amistad nos
provoca sentimientos desagradables? Quizá no estamos obteniendo lo que queríamos
o “necesitábamos” en un principio.
Cuando
mantenemos una relación de pareja o amistad a pesar de las malas experiencias, quizá deberíamos aparcar el verbo “querer”
por el “necesitar”. ¿Por qué tolero esta situación tanto tiempo? O, por el
contrario, ¿por qué me enfado tanto con esa persona? ¿por qué me molesta que
haga determinadas cosas? ¿por qué me duele de esa forma cuando esa persona no hace
lo que le pido (cubre mi necesidad)?
En este post la palabra “necesidad”
es la clave de todo.
Las relaciones entre las personas
cumplen la función de cubrir nuestras necesidades. Si soy una persona
tranquila, me gustará relacionarme con personas que tengan la misma necesidad
de tranquilidad y descanso. Si me encanta salir de fiesta, buscaré personas con
la misma afición. Si soy una persona ansiosa, buscaré una persona algo más
tranquila con la que compartir mi vida y así complementarnos. Si soy dominante,
buscaré a alguien sumiso y si me encanta ser el centro de atención, me
relacionaré con personas que me dejen serlo.
Todo esto es lógico y sano siempre y
cuando la complementariedad no se convierta en una simbiosis. Por ejemplo, mi pareja se comporta
como un/a niño/a y yo me he convertido en su madre/padre. Muchas parejas o
relaciones de amistad se basan en este equilibrio pero no siempre acaban bien
puesto que el rol de padre/madre es diferente y no tiene cabida durante mucho
tiempo en otro tipo de relación.
El problema aparece cuando, por no
detectar nuestras necesidades, acabamos dependiendo de esas relaciones. En el ámbito de la pareja cada vez
es más conocido el término de “dependencia emocional” pero en las relaciones de amistad también ocurre y no siempre nos damos
cuenta. ¿Qué necesidad tengo sin cubrir para exigirle a una persona
mantener el contacto durante todos los días? ¿qué se ha removido dentro de mí
para que me enfade porque alguien hace un plan sin mí? ¿qué significa para mí que
no me hayan contado algo desde el primer momento? De esta forma, empezamos a
poner el foco en nosotros mismos y podemos llegar a conclusiones que nunca
antes habíamos pensado. Si seguimos
enfadándonos con los demás ante un acto de este tipo, ponemos nuestra atención en
la otra persona y, excusándonos con la creencia de que es la otra persona quien
lo ha hecho mal, nos alejamos de nosotros mismos y de solventar el problema. Darse cuenta de lo que hay guardado en
nuestro interior puede doler más que pensar que es el otro quien nos hace daño.
Entonces, ¿cómo podemos detectar nuestras
necesidades? Reflexionando.
Parándonos a pensar por qué hacemos una cosa, por qué repetimos lo mismo una y
otra vez en diferentes relaciones de pareja y/o amistad, por qué siempre nos
ocurre lo mismo y por qué nos hieren tanto algunos comportamientos cuando
aparentemente no ha ocurrido nada malo.
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