Hoy en día, ser joven-adulto es algo bueno, guay, deseable,
apetecible… al menos es lo que nos
vende la cultura comercial que nos caracteriza (moda, deportes, música…).
Esta es una de las causas por las que los
adolescentes quieren crecer, quieren
aparentar mayores. Pero el problema viene cuando la sociedad les incita a crecer rápidamente para conseguir algo
positivo y luego, la vida real, les recuerda que ser adulto conlleva ciertas
responsabilidades. Es entonces cuando cada adolescente lo afronta de
diversas maneras: Pueden no asumir responsabilidades porque esa no es la imagen
que tienen de lo que es ser joven-adulto, pueden frustrarse porque no era lo
que pensaban, pueden sentirse incomprendidos…
Otro aspecto
que caracteriza a la adolescencia es la
distancia que los hijos ponen con respecto a sus padres. Estos últimos lo
pueden vivir con tristeza, como un abandono. Pero vamos a intentar empatizar
con los adolescentes, vamos a meternos en sus procesos inconscientes. Cuando son niños, los padres son sus héroes
más queridos. Lo saben todo. Desde dónde está la ropa que no encuentran
hasta resolver los ejercicios que les parecen un mundo. A medida que van creciendo, su nivel intelectual va mejorando y los
padres dejan de ser poco a poco esos héroes que tanto admiraban. Esto es
algo doloroso para ellos. Se dan cuenta de que sus padres no lo saben todo y,
por tanto, pierden en cierta medida esa protección que creían tener. ¿Cómo pueden afrontarlo de manera que les
resulte menos doloroso? Con el rechazo total. Si me aparto reduzco las
posibilidades de que me hagas daño. Es entonces cuando buscan fuera de la
familia una figura que les genere seguridad y un héroe al que admirar, por lo
que tenemos que estar atentos ya que no siempre es la persona más adecuada.
Si hay algo
que en la familia se complica mucho llegada la adolescencia es la comunicación. En algunas ocasiones, cada conversación acaba en enfados y
peleas. En otras, la comunicación no
existe. La pelea hace que los padres se agobien y, en muchas ocasiones,
sólo se escuche la versión de los hijos pero no es aconsejable que esto pase.
Es preferible que los padres comuniquen a sus hijos lo que opinan a pesar de
que aparenten que no le están escuchando o su respuesta sea negativa. Es mejor que los padres hagan todo un
monólogo con la esperanza de que algo de lo que dicen les quede en su
memoria al hecho de que no exista
comunicación. Otra situación que hace
mucho más difícil la comunicación es la
actitud paterna de demostrar que son superiores y que se deben acatar sus
normas para no perder autoridad. Cuando los niños son pequeños es necesario en
ocasiones que los padres marquen su territorio pero, en la adolescencia es
totalmente inconveniente ya que generará más agresividad por parte del
adolescente y eliminará cualquier intento de comunicarse con sus padres. Y ¿cómo lo hacemos entonces? Con empatía.
Poniéndonos bajo su perspectiva y haciéndoles entender que les comprendemos y que
nosotros también hemos sido adolescentes no hace mucho (en contraposición a lo
que ellos puedan pensar).
Pero
entonces… ¿significa esto que no se les
pueden poner límites a los adolescentes? Clarísimamente no. No se trata de poder poner límites sino de que es muy aconsejable y recomendable que se les
pongan, pero de otra forma. Ya no se les puede decir “no haces esto porque
lo digo yo que soy tu padre/madre”. Si decíamos antes que su habilidad
intelectual ha mejorado, el adolescente necesita un motivo mucho más elaborado
para que perciba que tiene sentido ese límite. Y por mucho que los adolescentes
se esfuercen por decirnos mil y una vez que los padres buenos son los que les
dejan hacer todo a sus hijos, en realidad, estos
límites les dan seguridad para saber qué hay que hacer y qué no hay que
hacer. Porque aunque sea crean que lo saben todo en el fondo son conscientes de
que no son los reyes del mundo y que necesitan personas que les guíen en esta
etapa tan compleja. Pero ¡ojo! no necesitan personas tiranas, necesitan
personas que les generen seguridad y afecto.
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