Morderse las
uñas es un hábito nervioso que está relacionado con estados de ansiedad. En
momentos de estrés, la acción de morderse las uñas desvía la atención y se
convierte en una distracción fácil y relajante. Con el paso del tiempo, esta
acción se automatiza y se lleva a cabo de forma totalmente inconsciente.
Esta
práctica suele empezar entre los niños más nerviosos al superar la etapa del
chupete o de chuparse el dedo. La edad común para empezar a morderse las uñas
es a partir de los tres años, cuando se tiene la suficiente coordinación
psicomotriz para hacerlo sin hacerse daño.
Los efectos negativos de morderse las
uñas no serían de
gran relevancia si se hiciera pocas veces. Pero, al hacerlo de forma repetida,
los dientes pueden sufrir daños al chocar de forma continuada los incisivos
superiores e inferiores. Por su parte, en las uñas se crean microtraumatismos
y, además, se pueden provocar infecciones por bacterias en la uña al estar en
contacto con la boca de forma prolongada. El dedo también se puede inflamar debido a
los daños que se provocan alrededor de la uña provocando dolor.
A nivel
general y por motivos de estética, las preadolescentes empiezan a interesarse
por erradicar este hábito. ¿Cómo se puede lograr?
Son bien
conocidos los remedios que consisten en cubrir las uñas con esmaltes,
endurecedores o sustancias amargas para provocar el rechazo de la persona a morderse
las uñas. Pero, a pesar de ser un método eficaz a corto plazo, el mejor
tratamiento es el psicológico.
Cuando los niños son pequeños, la
responsabilidad de llamarles
la atención cuando están realizando esta actividad, es de los padres. Y, si bien es necesario llamarles la atención para que sean conscientes de que lo están
haciendo y cese la actividad, es muy importante que no se le riña de manera
excesiva. Con un “te estás mordiendo las
uñas” es suficiente. Otra opción es
la de pactar con ellos una palabra clave o un signo que les divierta y que
tenga este significado, de manera que nadie sabe que se trata de eso pero
el niño ha recibido el toque de atención. Algo que les despierte, que les haga
ver lo que están haciendo pero sin provocar por ello un acontecimiento
negativo. Si se le dicen frases como “no eres capaz de controlarlo”, se le
estará culpando por no conseguirlo y echar la culpa no ayuda a tomar el control
de una situación.
Cuando se trata de niños mayores,
adolescentes o adultos, el tratamiento puede ser algo más completo. Consiste en hacerse conscientes de cuándo realizan esta acción y, además, sustituirla por otras incompatibles.
Las personas anotan los momentos
concretos en los que se muerden las uñas: viendo la tv, escuchando al profesor en clase, en época de
exámenes, etc. De esta forma, podrán saber cuándo es más probable que lo hagan
y, por tanto, cuándo deben estar más alerta para no hacerlo. Al principio, como
es un proceso inconsciente, pueden pedir ayuda a familiares o amigos para que
les indiquen que se están mordiendo las uñas y apuntarlo.
Una vez se han hecho conscientes los
momentos en los que suelen hacerlo, deciden qué acción pueden llevar a cabo para
no morderse las uñas:
coger apuntes si se está en clase, guardarse las manos en los bolsillos, masticar chicle, etc.
Además, si se fomenta el cuidado de las uñas
(manicura, pintarse las uñas, etc.), es
más probable que la persona encuentre más coste que beneficio al hacerlo. Ya
que, si se muerden las uñas, no podrán pintárselas o se estropearán las manos
que se acaban de cuidar haciéndose la manicura.
Es
importante advertir que las manos no
vuelven a su estado “natural” hasta pasados unos ocho meses de haber dejado
de hacerlo. Es un esfuerzo a largo plazo en el que es muy importante el
refuerzo cuando se logra parar de hacerlo.
Y no nos
olvidemos de que, a pesar de ser una actividad automatizada, aumenta en época de estrés. Por tanto, si vemos que la acción de morderse las uñas
se incrementa, además de incidir en que dejen de hacerlo, sería más que aconsejable preocuparnos por
su estado y, ante todo, empatizar con ellos y proporcionarles seguridad y
protección.