"Todos los días la gente se arregla el cabello,
¿Por qué no el corazón?"

miércoles, 7 de enero de 2015

Me siento obligadx a sentirme bien


¿Cuántos de vosotros respondéis “mal” a la pregunta: “¿Qué tal?”? La sociedad nos enseña, en muchas ocasiones sin ser consciente de ello, que debemos mostrar, únicamente, las cosas positivas de nuestra vida y de nosotros mismos. Me he encontrado en la situación de preguntarle a pacientes al inicio de la sesión: ¿Qué tal? Y decirme, bien. Y, más tarde, cambiar la pregunta a: ¿Qué tal en esta semana que no nos hemos visto? Y que cambiaran su respuesta a una más sincera como “Bueno, hay cosas buenas y también he tenido días bastante malos”.
Pero, ¿Qué pasaría si a quien preguntamos cómo se encuentra nos dijera que se encuentra mal y que no sabe qué hacer para afrontar su día a día? Pues, a nivel general y sin tener en cuenta la individualidad de las personas, es probable que no volviéramos a preguntarle nunca más por miedo a que nos respondiera lo mismo.
Durante años y años, generación tras generación, la sociedad nos ha invitado a no mostrar nuestras emociones negativas. Por esta razón, podemos escuchar en un entierro frases como “Ahora está en un mejor sitio” mientras que las personas que están sufriendo la pérdida no pueden mostrar su ira hacia la persona que lo dice porque, ese comentario, es algo socialmente aceptado por mucho que nos duela escucharlo y que, siendo sinceros, no es el mejor comentario para acompañar a alguien en su dolor.
Respecto a la pareja o al matrimonio, es algo más frecuente que las personas entiendan que, para algunas personas, es normal sentir miedo. Aun así, se suele resolver con un “eso es normal, a todos nos pasa” sin dar ninguna explicación de por qué es normal sentir miedo al compromiso. Posiblemente, porque no se sabe, nadie ha querido preguntárselo por miedo a saber la respuesta.
En cuanto a la decisión de tener un hijo, la presión social hacia las mujeres es más que notable. En ocasiones, se le pregunta cuándo va a tener un hijo hasta que por fin toma una decisión. Cuando una mujer está embarazada se le comunica lo maravilloso que es estar en estado pero pocas personas se atreven a hablar de los síntomas físicos que complican el día a día. Y, por fin, cuando el bebé ha nacido, se les presiona con consejos que, lejos de toda maldad, mellan en la recién madre que tiene que lidiar con el cansancio, la pérdida de las hormonas que tenía durante el embarazo, la sensación de incertidumbre que produce que tu hijo/a llore y no sepas por qué y, todo esto, con una baja paternal más que insuficiente que hace que tengas que cuidarte a ti misma y al bebé sin toda la ayuda que quisieras por parte de tu pareja.
Y, sin ir muy lejos, ¿cuántas personas han mitificado el momento de mantener la primera relación sexual? La sociedad nos hace entender que ese momento es algo mágico y que marcará el resto de nuestra vida. Pero, seamos sinceros, la probabilidad de que la primera relación sexual no sea algo excepcional es bastante alta por diversos motivos. La inseguridad de la edad con la que se mantiene, la poca experiencia, los nervios del momento, puede producirse dolor vaginal, la experiencia puede durar poco…
¿Qué consecuencias tiene esto? Más dolor. El no poder permitirnos sentir emociones negativas como el miedo, la tristeza, la ira, etc. lleva a sentirnos incomprendidos, a sentir que no estamos preparados para tomar determinadas decisiones y a sentir que somos egoístas y “malas personas” por no estar tan felices en determinadas situaciones. Incluso podemos llegar a no disfrutar de la felicidad pensando que debería ser aún mayor.
Y yo me pregunto… ¿No sería mejor enseñar a las personas a ser sinceras? ¿No sería más adecuado decirles la verdad y que, como en todo, cada proceso tiene cosas positivas y cosas negativas? Así, les enseñaríamos que tomar grandes decisiones conlleva responsabilidades. Les podríamos hacer ver que hay cosas en la vida que conllevan muchos riesgos pero que, con tenacidad y con una buena tolerancia a la frustración, los beneficios de esa decisión superan con creces cualquier coste que suponga. Podríamos enseñarles que si nos esforzamos en conseguir algo, obtendremos una felicidad totalmente proporcional al esfuerzo que le hemos dedicado.
¿No sería más adecuado, aunque sea más difícil, contar cómo nos sentimos realmente y estar dispuestos a escucharlo?

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