¿Cuántos de vosotros respondéis “mal”
a la pregunta: “¿Qué tal?”? La sociedad nos enseña, en muchas ocasiones sin ser consciente de ello,
que debemos mostrar, únicamente, las cosas positivas de nuestra vida y de
nosotros mismos. Me he encontrado en la situación de preguntarle a pacientes al
inicio de la sesión: ¿Qué tal? Y decirme, bien. Y, más tarde, cambiar la
pregunta a: ¿Qué tal en esta semana que no nos hemos visto? Y que cambiaran su
respuesta a una más sincera como “Bueno, hay cosas buenas y también he tenido
días bastante malos”.
Pero, ¿Qué pasaría si a quien preguntamos cómo se
encuentra nos dijera que se encuentra mal y que no sabe qué hacer para afrontar
su día a día? Pues, a nivel general y sin tener en cuenta la individualidad
de las personas, es probable que no volviéramos a preguntarle nunca más por
miedo a que nos respondiera lo mismo.
Durante años y años, generación tras generación, la sociedad nos ha invitado a no mostrar
nuestras emociones negativas. Por esta razón, podemos escuchar en un
entierro frases como “Ahora está en un mejor sitio” mientras que las personas
que están sufriendo la pérdida no pueden mostrar su ira hacia la persona que lo
dice porque, ese comentario, es algo socialmente aceptado por mucho que nos
duela escucharlo y que, siendo sinceros, no es el mejor comentario para
acompañar a alguien en su dolor.
Respecto a la pareja o al matrimonio,
es algo más frecuente que las personas entiendan que, para algunas personas, es
normal sentir miedo.
Aun así, se suele resolver con un “eso es normal, a todos nos pasa” sin dar
ninguna explicación de por qué es normal sentir miedo al compromiso.
Posiblemente, porque no se sabe, nadie ha querido preguntárselo por miedo a
saber la respuesta.
En cuanto a la decisión de tener un
hijo, la presión social hacia las mujeres es más que notable. En ocasiones, se le pregunta cuándo
va a tener un hijo hasta que por fin toma una decisión. Cuando una mujer está
embarazada se le comunica lo maravilloso que es estar en estado pero pocas
personas se atreven a hablar de los síntomas físicos que complican el día a
día. Y, por fin, cuando el bebé ha nacido, se les presiona con consejos que,
lejos de toda maldad, mellan en la recién madre que tiene que lidiar con el
cansancio, la pérdida de las hormonas que tenía durante el embarazo, la
sensación de incertidumbre que produce que tu hijo/a llore y no sepas por qué
y, todo esto, con una baja paternal más que insuficiente que hace que tengas
que cuidarte a ti misma y al bebé sin toda la ayuda que quisieras por parte de
tu pareja.
Y, sin ir
muy lejos, ¿cuántas personas han
mitificado el momento de mantener la primera relación sexual? La sociedad
nos hace entender que ese momento es algo mágico y que marcará el resto de nuestra
vida. Pero, seamos sinceros, la probabilidad de que la primera relación sexual
no sea algo excepcional es bastante alta por diversos motivos. La inseguridad
de la edad con la que se mantiene, la poca experiencia, los nervios del
momento, puede producirse dolor vaginal, la experiencia puede durar poco…
¿Qué consecuencias tiene esto? Más dolor. El no poder permitirnos
sentir emociones negativas como el miedo, la tristeza, la ira, etc. lleva a
sentirnos incomprendidos, a sentir que no estamos preparados para tomar
determinadas decisiones y a sentir que somos egoístas y “malas personas” por no
estar tan felices en determinadas situaciones. Incluso podemos llegar a no
disfrutar de la felicidad pensando que debería ser aún mayor.
Y yo me
pregunto… ¿No sería mejor enseñar a las
personas a ser sinceras? ¿No sería más adecuado decirles la verdad y que, como
en todo, cada proceso tiene cosas positivas y cosas negativas? Así, les
enseñaríamos que tomar grandes decisiones conlleva responsabilidades. Les
podríamos hacer ver que hay cosas en la vida que conllevan muchos riesgos pero
que, con tenacidad y con una buena tolerancia a la frustración, los beneficios
de esa decisión superan con creces cualquier coste que suponga. Podríamos
enseñarles que si nos esforzamos en conseguir algo, obtendremos una felicidad
totalmente proporcional al esfuerzo que le hemos dedicado.
¿No sería
más adecuado, aunque sea más difícil, contar cómo nos sentimos realmente y
estar dispuestos a escucharlo?
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