¿Cuántos de vosotros dais abrazos a los demás? ¿Repartís
abrazos de forma generosa o dejáis los abrazos para vuestras relaciones
románticas? ¿Os parece demasiado íntimo un abrazo como para regalarlo? ¿Te
enseñó eso tu familia con su forma de comportarse?
Hace muy poco me comentaba una paciente que su hija de casi 6
años, tenía la necesidad de mantener el contacto físico con los demás niños y
adultos y que esto no era bien recibido por todos los niños. Tras una pequeña
conversación, me explicó que se había preguntado alguna vez “¿y si el problema
no lo tiene mi hija y el problema está en no querer abrazos?”. ¡Qué alegre me
puse al escuchar esa deducción! Una madre, intentando ser objetiva y evaluando
la situación había llegado a la conclusión de que quizá lo normal en nuestra
sociedad, no es lo más sano.
Ante esta situación, lo mejor es respetar siempre a la otra
persona. Si los demás no quieren abrazos, es mejor que no les abraces y que
guardes esa necesidad para las personas que sí reciben el abrazo de forma
positiva. Pero, dejando el comportamiento actual a un lado, ¿qué ha pasado para que un niño tan pequeño
rechace los abrazos?
La forma de
relacionarnos con los demás se perpetúa generación tras generación. Unos padres que no fueron criados
mediante el contacto físico, difícilmente (no imposible) criarán a sus hijos
mediante este tipo de contacto tan importante para la formación del vínculo de
apego desde las primeras horas de vida.
Y si es tan importante, ¿por
qué está tan extendida la cultura de pocos abrazos? Porque, lejos de todo
mensaje como “Abrazos Gratis”, nos encontramos que los abrazos sí cuestan. Tienen un coste psicológico de un tamaño
considerable, pues para abrazar y ser abrazados se necesita tener la valentía
de mostrar nuestra vulnerabilidad y eso, en una sociedad en la que prima
ser el mejor (el más competente, el más asertivo, el más eficiente, el mejor
líder…), nos supone un terrible miedo. Además, a este miedo se le suma el miedo
a ser rechazados o a ser malinterpretados ante un abrazo.
Un abrazo nos puede generar sensación de seguridad, de protección,
de confianza, de fortaleza y de autoestima positiva.
¿Y tú? ¿Das abrazos de forma gratuita o te cuesta una fortuna psicológica?
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