El duelo es
un proceso individual y complicado que se vive de forma diferente según la
cultura, la sociedad, el género y la propia persona. Aun así, he querido
compartir con vosotros algunos consejos generales sobre el tipo de ayuda que es
aconsejable en momentos de duelo de otras personas para guiarnos en la difícil
tarea de acompañar a nuestros seres queridos que están sufriendo por una
pérdida.
Cosas que
se aconsejan y no se aconsejan hacer cuando se ayuda a una persona que ha
sufrido una pérdida
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Cosas que NO
se aconsejan hacer
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Cosas que SÍ
se deben hacer
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Obligar a la persona que ha sufrido la
pérdida a asumir un papel diciendo:
“Lo estás haciendo muy bien”. Debemos dejar que la persona tenga sentimientos
perturbadores sin tener la sensación de que nos está defraudando.
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Abrir las puertas a la comunicación. Si no sabe qué decir, pregunta: “¿Cómo estás hoy?”
O “He estado pensando en ti. ¿Cómo te está yendo?”
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Decirle a la persona que ha sufrido la
pérdida lo que “tiene” que hacer.
En el mejor de los casos, esto refuerza la sensación de incapacidad de la
persona y, en el peor, nuestro consejo puede ser “contraproducente”.
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Escuchar un 80% del tiempo y hablar un
20%. Hay muy pocas personas que se
tomen el tiempo necesario para escuchar las preocupaciones más profundas de
otro. Sé una de ellas. Tanto tú como la persona que sufre la pérdida podéis
aprender cosas en el proceso.
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Decir “llámame si necesitas algo”. Este tipo de ofrecimientos indefinidos suele
declinarse y la persona que sufre la pérdida capta la idea de que nuestro
deseo implícito es que no nos llame.
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Ofrecer ayudas concretas y tomar la iniciativa de llamar a la persona. Si
además, respetamos la intimidad de la persona en duelo, ésta valorará nuestra
ayuda concreta con las tareas de la vida cotidiana.
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Sugerir que el tiempo cura todas las
heridas. Las heridas de la pérdida
no se curan nunca por completo y el trabajo del duelo es más activo de lo que
quiere decir esta frase.
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Esperar “momentos difíciles” en el futuro, con intentos activos de afrontar sentimientos y
decisiones difíciles durante los meses que siguen a la pérdida.
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Hacer que sean otros quienes presten
la ayuda. Nuestra presencia y
preocupación personal es lo que marca la diferencia.
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“Estar ahí”, acompañando a la persona. Hay pocas normas para ayudar, aparte de la
autenticidad y el cuidado.
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Decir: “Sé cómo te sientes”. Cada persona vive el dolor de una manera diferente,
por lo que lo mejor que podemos hacer es invitar a la persona a compartir sus
sentimientos en lugar de dar por supuesto que los conocemos.
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Hablar de nuestras propias pérdidas y
de cómo nos adaptamos a ellas. Aunque
es posible que esa persona en concreto tenga un estilo de afrontamiento
diferente al nuestro, este tipo de revelaciones pueden servirle de ayuda.
Pero ojo, nunca como la única ayuda. La persona afectada necesita sentirse
escuchada.
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Utilizar frases manidas de consuelo como: “Hay otros peces en el mar” o “Los caminos
del Señor son insondables”. Esto sólo convence a la persona de que no nos
preocupamos lo suficiente por entenderla.
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Establecer un contacto físico adecuado, poniendo el brazo sobre el hombro del otro o
dándole un abrazo cuando fallan las palabras. Es aconsejable aprender a
sentirnos cómodos con el silencio compartido, en lugar de parlotear
intentando animar a la persona.
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Intentar que la persona se dé prisa en
superar su dolor animándola a ocupar
su tiempo, a regalar las posesiones del difunto, etc. El trabajo del duelo
requiere tiempo y paciencia y no puede hacerse en un plazo de tiempo fijo.
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Ser paciente con la historia de la persona
que ha sufrido la pérdida y permitirle compartir sus recuerdos del
ser querido. Esto fomenta una continuidad saludable en la orientación de
la persona a un futuro que ha quedado transformado por la pérdida.
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