Durante toda la vida,
los roles en clase han sido siempre los mismos. El alumno que tiene muchos amigos,
el que destaca por su faceta de deportista tanto dentro como fuera del colegio,
el que suspende todo porque no trabaja, el que suspende aunque se esfuerza mucho
y, cómo no, el alumno o alumna que saca
muy buenas notas y luego se le olvida lo aprendido y la persona que estudia,
aprende y retiene para su día a día.
En muchas ocasiones, el
método de estudio que prima en los colegios e institutos es el de leer,
repetir, aprender, “vomitar” en el examen y olvidar. ¿Para qué nos sirve
esto? Para nada. ¿Por qué ocurre? Porque
no se motiva a los estudiantes sino que se les enseña que deben aprender “porque
sí, porque es lo que debe ser” tal y como un adulto podría justificar su opinión
con un “porque lo dice tu padre/madre”.
A los niños se les enseñan cosas sin preguntarles previamente
qué opinan ellos, cómo pueden averiguar determinadas cosas (pueden preguntar a
los familiares, a los amigos, buscar en internet y en libros, ver si hay diferentes
opiniones al respecto…). Las personas
aprendemos cuando tenemos una necesidad. Si cuando somos bebés tenemos sed,
señalamos el agua y los adultos nos la dan, aprenderemos que señalando, aun sin
haber aprendido a hablar, conseguiremos saciar nuestra sed. Si para comprar
chuches necesitamos saber cuánto cuestan, cuánto dinero llevar encima y si nos
deben devolver, entonces aprenderemos que el cálculo mental es necesario en
nuestra vida para resolver aquellos problemas que realmente nos importan cuando
somos pequeños. Y para los adolescentes, es aconsejable que aprendan a
planificar a largo plazo cómo van a ahorrar para comprarse el último modelo de
Android que tanto quieren.
¿Este tipo de
aprendizaje depende del colegio o de las familias? Del
trabajo conjunto. En el colegio se puede aprender de esta forma en los
cursos más básicos como Educación Infantil y Primaria. Ya en Secundaria, debido
a la gran cantidad de contenido, es probable que muchos profesores se vean
agobiados por la falta de tiempo. Por otro lado, no sirve de nada que los
profesores intenten motivar a sus alumnos si en casa no fomentan la curiosidad
y la autonomía de sus hijos. El adolescente que planificaba ahorrar para
comprar su móvil puede no necesitar hacerlo si sus padres se lo compran todo
sin ningún sacrificio para el menor. El alumno de Primaria que quiere aprender
a comprar chuches él solo puede sentir que no necesita saber hacerlo con el
pensamiento de “a mí es que me lo compran mis padres”.
Pero no solo los niños pueden aprender en lugar de empollar.
También los adultos estamos a tiempo de aprender de verdad, de aprender
significativamente. La vida está llena
de aprendizajes continuos a nivel interpersonal, laboral y emocional.
¿Y tú? ¿Empollas o aprendes? ¿Ayudas a que los pequeños
empollen o aprendan?
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