¿Alguna vez os habéis escuchado diciendo “Yo protejo lo que
es mío”? ¿Habéis escuchado a alguien que lo diga? Son muchas las personas que
sienten que deben proteger a las personas que les rodean y estiman.
En un principio,
proteger a las personas que queremos es totalmente sano, instintivo y lógico. Pero la frase que titula este post
no indica que se quiera a alguien sino que alguien pertenece a otra persona.
Inconscientemente y lejos de lo que realmente queremos,
estamos atando a esa persona a nosotros cuando, en realidad, lo que queremos es
amarla y respetarla. Respetarla por lo que es y, aunque podamos no creerlo, las personas no son de nadie.
Si una persona es “mía”
porque es mi pareja, estamos indicando que nos pertenece por el rol que
representa para nosotros. Pero, por esa misma razón, esa persona sería de muchas otras puesto que
los roles que se representan en la vida son más de los que solemos pensar en nuestro
día a día. Todos somos hijos, hermanos, padres, primos, tíos, amigos, parejas,
abuelos, nietos, compañeros de trabajo, jefes, mandos intermedios, conocidos… Si alguien es mío por ser mi pareja, ese
alguien será de muchísimas más personas por ser su “algo”. El supermercado
de nuestro barrio no es nuestro supermercado y la gasolinera que frecuento por
cercanía no es mi gasolinera porque no hemos creado nosotros la empresa.
De la misma manera, cada
uno de nosotros no somos de nadie. Somos trozos de la vida de muchas
personas pero no somos de la propiedad de nadie excepto de nosotros mismos. Yo soy mío, ni más, ni menos. Y como tal debemos actuar. Libres de toda
coacción psicológica y física.
Por otra parte, las
personas necesitamos crearnos una identidad para conocernos y saber cómo
funcionamos. Para lograr una estabilidad. Y ¿cómo lo hacemos? Mediante los roles que
representamos para los demás y la relación que tenemos con las personas y los
objetos que poseemos. Saber de dónde venimos y quiénes somos nos hace ser
conscientes de dónde estamos (mi ciudad, mi barrio, mi casa) y qué hacemos en
nuestra vida (mi trabajo, mis estudios, mis aficiones).
Por tanto, ¿es una expresión que puede no significar nada y
simplemente es un determinante “posesivo” sin problema
alguno? Sí, puede. Pero también puede
ser una pequeña muestra de una posesividad que nos puede hacer sufrir en determinadas
ocasiones.
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